Entre los muertos by Mikel Santiago

Entre los muertos by Mikel Santiago

autor:Mikel Santiago [Santiago, Mikel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2022-06-09T00:00:00+00:00


* * *

—¿No crees que ha sido cosa del destino? Después de casi veinte años… y nos vemos dos veces en cuestión de días.

Tras darme las gracias «por el paseo», Iker entró en la casa. Yo seguía en el coche con el motor en marcha y Enrique acababa de invitarme a pasar un segundo. Le había dicho que no, por supuesto. Tenía prisa… o algo parecido.

—Quisiera hacerte un par de preguntas sobre la investigación de Kerman —insistió—. Te prometo que será un minuto.

La puerta estaba abierta y pude ver a Iker abrazándose a Naia, la chica rubia que había visto en el funeral. Supuse que Fran, su hermano mellizo, no estaría muy lejos. Esos chicos que andaban con Eleder en las fechas en que murió y que ahora parecían querer olvidarlo.

Por poco que me apeteciera la idea, me convenía entrar en esa casa y acercarme a esa familia.

—De acuerdo. —Apagué el motor.

Un caballo de madera con cobre repujado guardaba la entrada de la mansión. Una talla exquisita, «comprada en Kerala, en la India», según explicó Enrique de pasada, antes de señalar un tapiz de idéntica procedencia sobre una preciosa cómoda nepalí.

—Nos fascina el arte étnico —dijo con naturalidad—. Virginia decidió redecorar toda la casa y empezar una colección… y bueno, ahí vamos.

Pasamos a un salón inmenso que estaba distribuido en varias alturas. Vi un gran piano de cola. Un larguísimo tren de sofás frente a un ventanal de casi cuatro metros de altura. Una chimenea flotante permitía disfrutar de las vistas y del calor del fuego al mismo tiempo. O ver una buena peli en la supertelevisión instalada en un tabique separador, tras el cual atisbé una cocina tan grande como un apartamento.

—Una casa preciosa —dije por decir algo, aunque no mentía.

—Sí… La compramos hace diez años. Los chicos empezaban a crecer y yo a necesitar espacio —bromeó—. Fue una buena oportunidad.

No había nadie en el salón. Supuse que Iker y Naia se habrían perdido por el ala norte del castillo. Yo seguí a Enrique por un tramo muy corto de escaleras que enlazaba con un corredor aéreo. Fui observando una colección de máscaras procedentes de Amazonas, Centroamérica, China, Mongolia… Hasta que llegamos al boureau: una pieza de casi cincuenta metros cuadrados donde el elemento central era un escritorio apostado frente a un ventanal y flanqueado por dos librerías tan altas que incluso tenían acoplada una escalera corrediza. Un soldado-cascanueces a tamaño real «procedente de Rusia, siglo XIX», guardaba la entrada.

—¿Un zumo? ¿Refresco? —Enrique me hizo un gesto hacia un sofá estilo Chester.

—Nada, gracias.

Tomé asiento. Era uno de esos sofás en los que te sientas y ya no quieres tener otro.

—También tengo un café delicioso, té…

—No, de verdad. Para un minuto que vamos a hablar… —dije cortante.

Enrique sonrió. «Que nada te borre la sonrisa», suelen decir. La alegría es el arma de la gente inteligente.

Se sentó frente a mí, entrelazó los dedos, me miró con una profundidad que me puso un poco nerviosa.

—He oído que estuviste involucrada en el tiroteo de Varona.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.